Este es uno de los post más emotivos y difíciles de explicar que hasta la fecha he escrito para mi blog. Dentro de los preparativos de una boda, una de las decisiones más importantes es el de la elección del vestido de la novia. Es un día que cualquier mujer ha soñado desde pequeña, aunque he de reconocer que no soy muy amante de los vestidos de novia y de arreglarme excesivamente. Soy más de cuñas, falda y cara lavada sin maquillaje.
Tenía previsto visitar varias tiendas, una ruta por todo el centro de Madrid, empezando por las grandes firmas de novia, como Rosa Clará y Pronovias, y terminando en las tiendas de novias más económicas, Vertize Gala y Clara Novias. Una tarde me dediqué a concertar citas con todas las tiendas que quería visitar durante el fin de semana elegido. Mi idea era verlas todas, consultar mi decisión con la almohada y el siguiente fin de semana ir directamente a por comprar el vestido elegido.
Previamente ya tenía señalados los vestidos que más me gustaban de cada firma y tenía claro los estilos que deseaba y lo que no quería. Empezamos el viernes visitando la primera tienda.
La tarde empezó muy bien. Fui acompañada de mi madre y mi abuela. Elegí a ambas por la complicidad y cercanía. Qué mejor que una madre para acompañar a su hija en la elección de uno de los vestidos más importantes de su vida. Mi abuela solo ha tenido hombres en casa, ninguna hija y además soy su nieta mayor. Nunca había pasado por este momento, por lo que aunque tenga 80 años, sabía que querría acompañarme en ese día.
Lo primero que hicimos nada más entrar en la tienda, fue ver un catálogo gigante de vestidos de novia, junto con la dependienta que nos ayudó. Yo iba mirando y ella sentada frente a mi iba apuntando los vestidos que me gustaban y los comentarios que yo hacía sobre ellos, tanto positivos como negativos, si me gustaba el tul o si quería la espalda al aire... cualquier comentario era apuntado por ella.
Pasamos al probador, gigante y en él estaban preparados cinco vestidos iniciales y unos zapatos de novia (eran incomodísimos). La dependienta entró conmigo al probador y mi madre y mi abuela se quedaron fuera en dos sillones sentadas como meras espectadoras del desfile que iba a comenzar. Dentro la dependienta y yo hablábamos sobre los vestidos. No se separó de mi ni un minuto para escuchar cualquier comentario que pudiera hacer. Empezamos a probar.
El primer vestido he de reconocer que no era de mi tipo, pero mis acompañantes se emocionaron nada más verme. Causa mucha impresión y emoción ver a un ser querido vestido por primera vez de novia. Y aunque iba sin pintar, con mi pelo rizado tal como había salido de mi casa a las 7 de la mañana para irme a trabajar, yo me veía guapísima y ellas también a mi.
Aunque es emocionante no hay que dejarse llevar por ser el primero, ya que quizás no sea el que mejor nos queda y hay que mirar por aquello que nos guste y también nos favorece. Seguimos probando y comentando lo que sobraba o faltaba de cada vestido.
Después de cuatro, la chica de la tienda ya tenía una visión de lo que yo necesitaba y me trajo el quinto, que era mi vestido. Tenía mi nombre según entró por la puerta. Era el perfecto para mi. Tenía todo. Mis acompañantes no lo vieron hasta que no salí con él puesto y las tres decidimos que era el mio. No os podéis imaginar la emoción que se siente en ese momento. Pocas veces había visto a mi madre sonreír y llorar de emoción a la vez, a mi con esa risita floja y a mi abuela con esa cara de satisfacción.
Ahora queda seis meses para esperar a ponérmelo de nuevo en la primera prueba.
Os animo a que compartáis conmigo vuestras experiencias de aquel día, uno de los más emotivos de la organización de vuestra boda.